Pensar para hacer, hacer para pensar: la socialización como base del aprendizaje

Para los perros, la socialización es una luz que nunca se apaga; es su forma más auténtica de aprender, conectar y crecer. Estar en contacto con otros, moverse en grupo, no solo les permite encontrar su lugar en el mundo, sino que también activa una inteligencia única y profunda. Sin esa oportunidad de vivir en comunidad, de interactuar con su manada, el perro pierde una parte fundamental de su existencia. Necesitan ese espacio social para expresarse, ser comprendidos, y verdaderamente "pensar para hacer y hacer para pensar", avanzando en su propio desarrollo. Es un proceso que va más allá de la obediencia o los comandos: se trata de aprender a convivir, adaptarse y entender el mundo, de una manera que solo la socialización puede ofrecer.

El testimonio de una alumna refleja perfectamente la complejidad de este proceso de socialización. Ella comenta: "Yo incluso a Phillipe lo ando con correa de cintura para interferir menos. Cuando inicié su entrenamiento de show, me encontré con que no le gustaba que los extraños le tocaran la cabeza, y empecé a trabajar eso, me fue muy bien, tanto que al primer juez se le tiró y lo abrazó… El mae murió de risa y yo: trágame tierra. Después, mucho después de estar paseando en este mismo parque con muchas personas y perros distintos, libre, empezó con este comportamiento de ladrar y perseguir gente, de la nada. ¡Fue algo muy frustrante, por su connotación social, claro! Incluso he llegado a decirle a la gente extraña: tírele la bola para que juegue con Ud. Pero no perdura el comportamiento… Yo soy pro de educar al perro, no entrenar, porque creo firmemente que el perro educado es un perro con más libertad. Pero este caso me ha costado mucho más, esa reactividad la originé en que no hubo más participación de humanos en su neonatal… pero ya vi también que mi reacción no fue un buen referente de calma, y si no ayudó."

Este comentario revela cómo las primeras experiencias y la falta de un entorno social adecuado pueden influir profundamente en el comportamiento y la reactividad de un perro. La falta de interacción social significativa y la influencia de las respuestas humanas a esos comportamientos generan conflictos internos que el perro no puede resolver por sí mismo. Como señala la alumna, la socialización debe ir más allá de simples reglas o entrenamientos; debe ser un proceso de aprendizaje mutuo entre el perro y su entorno, donde la empatía y la comprensión juegan un papel crucial.

Sin embargo, al convivir con nosotros, muchas veces les restringimos el acceso a esa dimensión vital. Nos enfocamos en enseñarles comportamientos para nuestra comodidad, pero ¿realmente nos hemos detenido a preguntarnos por qué lo estamos haciendo? No es que esté mal enseñar a un perro, la cuestión es ¿con qué propósito? ¿Qué esperamos lograr con esas enseñanzas? ¿Y cómo vamos a hacerlo? ¿Estamos guiados por nuestras propias necesidades humanas y miedos, o estamos considerando lo que realmente es mejor para ellos? Si lo que buscamos es que nuestro perro se adapte a nuestras expectativas sin tener en cuenta su naturaleza, entonces estamos perdiendo una oportunidad crucial para conectar con él de manera empática. Valorar al otro, ponerse en su lugar, ser sinceros y aprender a hacer las cosas como equipo, requiere mucho más que cumplir con una lista de comandos. Y, aunque la obediencia puede ser una herramienta útil, no es la respuesta definitiva ni mucho menos la base de una relación sana.

La socialización, el espacio para explorar, aprender y conectar con otros perros, es una necesidad que debe coexistir con la educación formal, pero el reto está en entender hasta qué punto cada una de estas intervenciones debe tener lugar. No se trata solo de imponer reglas, sino de considerar cómo y cuándo enseñar, y qué realmente estamos buscando lograr con ello. El aprendizaje genuino en los perros no debe ser forzado por nuestros temores o inseguridades; debe ser un proceso que fluya de forma natural, en sintonía con su mundo y sus necesidades. Al hacerlo, les damos la posibilidad de pensar por sí mismos, de actuar en su propio interés, y de formar parte de una comunidad, sin perder su identidad en el proceso.

Finalmente, hay que dejar claro que tener un perro no se trata de imponer control, de hacer que siga nuestras reglas porque sí. Se trata de ser auténticos, de compartir un espacio real con él, de ser compañeros en la lucha diaria. Si realmente queremos que nuestro perro viva como debe, tenemos que entender sus necesidades, sus miedos, sus deseos. No se trata de hacer que obedezca ciegamente, sino de aprender a ser su apoyo, de estar a su lado y que el perro sepa que tiene un lugar en este caos. La obediencia no es la respuesta, lo que realmente importa es la empatía, el respeto, y dejarle ser quien es. Necesita el espacio para crecer, para expresarse sin que le obliguen a ser algo que no es. Y eso solo pasa cuando dejas de forzar su naturaleza y aprendes a caminar con él, no sobre él.

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